
Las causas de las pérdidas post-cosecha, que algunas estimaciones sitúan entre el 15 y hasta el 50 por ciento de la producción, son muy diversas. Entre ellas figuran la recolección en un momento inadecuado del proceso de maduración, una exposición excesiva a la lluvia, la sequía o las temperaturas extremas, la contaminación por microorganismos y los daños físicos que reducen el valor del producto.
Los cultivos también pierden valor a causa de los derrames, los daños provocados por el uso de herramientas inadecuadas, la contaminación química o un exceso de rudeza en la manipulación (incluyendo acumulación de calor) durante la recolección o las operaciones de carga, empaquetado y transporte.
Las pérdidas de alimentos contribuyen a que los precios permanezcan altos al eliminar una parte de los suministros del mercado. Tienen también impacto en la degradación medioambiental y el cambio climático, ya que se utiliza tierra, agua, mano de obra y recursos no renovables -como fertilizantes y energía- en la producción, procesado, manipulación y transporte de alimentos que nadie consume.
Muchas de las pérdidas -que pueden reducirse en gran medida con una adecuada formación- ocurren a causa de prácticas erróneas de transporte y empaquetado. Otro grave problema -puesto de relieve durante la crisis alimentaria de 2008-, lo crean las instalaciones de almacenamiento inadecuadas e inseguras que existen en muchos países en desarrollo.
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